Existen algunos mitos respecto al tema, tales como pensar que no sucede, que no es común, que hace parte del desarrollo y que los niños nunca intentan atentar contra su vida. La realidad es que los trastornos depresivos son de las principales causas de morbimortalidad en edades tempranas de la vida, con una prevalencia entre el 2 al 5% y hasta del 25% al final de la adolescencia.
En esta etapa la relación de niñas a niños es 2 a 1, sin embargo, en edades más tempranas no hay variación en cuanto al sexo. La definición exacta de depresión indica que es un trastorno del humor constituido por un conjunto de síntomas de tipo afectivo, pero también se incluyen algunos cognitivos y físicos. Es de causa multifactorial donde hay factores ambientales como el abuso sexual, el abandono, el divorcio, las pérdidas afectivas, el fallecimiento de alguien cercano o incluso un desastre natural que pueden influir de manera significativa en el inicio de un trastorno depresivo, sin embargo, existen algunos factores genéticos que también juegan un papel importante, se sabe que los hijos de padres depresivos tienen tres veces más riesgo de sufrir depresión. Existen algunas características propias del niño como sus niveles de ansiedad, baja autoestima y enfermedades crónicas pueden también verse relacionadas.
Según la edad se pueden encontrar algunos síntomas y signos, en los más pequeños de 3 a 6 años pueden presentar ansiedad, fobias escolares, trastornos de la micción o defecación, cara triste o inexpresiva, poca socialización o inapetencia. De 7 a 12 años son apáticos, irritables, sensación frecuente de aburrimiento o culpa, bajo rendimiento escolar, trastornos del sueño. Los adolescentes son negativistas, asociadas, con exposición a sustancias de riesgo, descuido de imagen corporal, agresividad, baja autoestima.
En algunas ocasiones se pueden presentar autoagresiones o intentos suicidas, lo importante es distinguir si hay presión de grupo, si es por moda, si es un grito de ayuda o un llamado de atención a los padres; en cualquier caso, siempre requiere darle la importancia que merece independiente del tipo de intento o la edad del niño.
Hay algunos factores de riesgo que pueden hacer que los niños sufran de estos trastornos, las niñas en edad postpuberal (Después de la pubertad), los niños y niñas con discapacidad física por el riesgo de matoneo o el antecedente de abuso físico o sexual. Existen varias herramientas de tamización, es decir, escalas para identificar a tiempo si el niño tiene estos síntomas, estas se encuentran fácilmente disponibles en internet y permiten clasificar el riesgo de una manera más precisa para así buscar ayudar a tiempo. El tratamiento tiene dos pilares fundamentales: la terapia psicológica y la farmacológica en casos moderados a graves. Siempre que se requiera terapia farmacológica debe ir acompañada de terapia cognitivo conductual pues solo el medicamento no va a tener los efectos deseados.
¿Qué hacer si mi hijo o alumno tiene alguna de estas conductas?
En primer lugar, no echarse la culpa unos a otros: los padres echan la culpa al colegio, el colegio a los papás, todos a las redes sociales y los responsables de las redes sociales dicen que es el mal uso que se hace de ellas. Lo importante es explicar a los padres e identificar los factores protectores como encontrar actividades o medios sociales que le puedan generar alegría o un buen sentido del humor, buscar grupos con buenas relaciones sociales y familiares, reconocer los logros personales, buscar actividades lúdicas o físicas de su elección, sensibilizar a la familia de los signos de alarma de forma temprana. La clave es entender que la depresión es una enfermedad y no es culpa del niño o los padres, ayudar a reconocer los síntomas de recaídas, explicar la historia natural y los resultados esperados con el tratamiento, crear planes y grupos de apoyo. En cuanto a los niños se deben escuchar cuando estén dispuestos a conversar, sin reproches, poniéndose en sus zapatos, hacerlos sentir como personas respetadas, evitar dirigir, reñir, generalizar, desvalorar, minimizar huir del problema, buscar qué los hace felices, actividades que suban el ánimo, alentar a buscar cosas por las cuales agradecer, comentar situaciones difíciles y cómo las sobrellevo.
Juanita Puchulú B.
Pediatra