“Jugar para un niño y una niña es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo para entenderlo” – Francesco Tonucci.
En el periodo de la primera infancia, es decir, los primeros seis años del ser humano, se gestan las bases fundamentales para su desarrollo integral desde las áreas cognitiva, motora, social, emocional y del lenguaje. Durante esta etapa es de vital importancia acompañar a los niños y niñas en su proceso de aprendizaje sobre el mundo, pero, sobre todo, permitirles que obtengan estos nuevos conocimientos de manera libre y espontánea.
Existen cuatro actividades rectoras en la primera infancia, actividades que son el móvil para que los niños y niñas aprendan de su entorno a través de diversos lenguajes expresivos: el arte, la literatura, la exploración del medio y el juego. Este último elemento, se convierte en uno de los principales recursos que se utilizan para relacionarse con el recién nacido, desde la cercanía de los cuerpos con vaivenes, sonajeros, canciones de cuna y rondas infantiles, hasta el ritual del baño acompañado de la espuma y los juguetes.
Al transcurrir los años, descubrir el mundo trae consigo un sinfín de retos y desafíos que los niños y niñas aprovechan al máximo. Es por esto que ellos y ellas se toman con seriedad el hecho de jugar. El juego permite poner en escena la cultura, creencias, anhelos, sueños, miedos, problemas, todo aquello que se desee resignificar o vivir. Por esta razón, el mundo de los niños y las niñas se hace inconcebible sin el juego, pues esta acción no es meramente un espacio de ocio sino un abanico de posibilidades de aprendizaje y de crecimiento.
En ocasiones en la cultura tiene más peso el cumplir con las responsabilidades al pie de la letra, memorizando los conceptos y no disfrutando del proceso. Esto lleva a los adultos a sentir culpa cuando, por momentos, permiten que los niños y niñas dispongan de su tiempo libre o se diviertan mientras hacen sus deberes.
El juego tiene diversos elementos que lo componen y lo hacen una actividad no solo placentera sino también fundamental para el adecuado desarrollo de la persona. Durante la acción de jugar el niño y la niña tienen contacto con su cuerpo, lo conocen, aprenden a manejarlo y a su vez, se relacionan con la corporeidad del otro con el que interactúan. Aprenden de roles, oficios, culturas, creencias y ponen en el escenario sus propias construcciones frente a la vida y el mundo, lo que les permitirá conocer su personalidad y las dinámicas familiares y sociales que los rodean. El juego se basa en imitar, dramatizar y transformar situaciones cotidianas; además, logra transmitir las tradiciones de cada cultura, a través de juegos, rondas, juguetes, canciones, vestuarios y palabras que definen las raíces que influirán en la creación de identidad en el niño o la niña.
Así mismo, cuando un niño o niña juega, establece vínculos significativos con sus pares aprendiendo a ser empático, a trabajar en equipo y a compartir; fortalece su capacidad de crear, imaginar, hacer y resolver conflictos; adquiere autonomía en sus movimientos y acciones; tiene la posibilidad de construir un mundo basado en sus ideas y aprender a través del ensayo-error; descubre sus habilidades, gustos, intereses y los comparte con el mundo; se prepara para una sociedad que le exige seguir normas, reglas, esperar el turno y una serie de comportamientos definidos para su género.
Por lo anterior, una de las funciones que cumple el adulto cuidador es de facilitador de espacios de juegos. No se puede continuar con la idea que el juego es perder el tiempo o que solo se permite en momentos de descanso. Se debe entender el jugar como una actividad innata que es necesaria para el desarrollo de la infancia desde su parte física y mental. Por esto, se hace necesario acompañar y participar de estos espacios sin dirigir las acciones, permitiendo que el juego se dé espontáneamente; ofreciendo elementos que puedan tomarse como base para crear e imaginar y fortalecer el crecimiento de los niños y niñas desde sus áreas de desarrollo.
Laura Monsalve Giraldo
Psicóloga