Mamá, ¿quién cuida de ti?

“Si vivimos como respiramos, tomando y soltando, no podremos equivocarnos”
Clarissa Pinkola Estés 

Por años, el papel de la madre se ha idealizado con el de una superheroína: la que todo lo puede, a la que nada le queda grande, la que siempre tiene tiempo y amor para dar. Esta caracterización de una mujer fuerte dispuesta a todo por su familia, que lleva la capa puesta en todo momento, anula por completo la esencia que tiene de ser humana: emociones, momentos difíciles, cansancio, dudas, renuncias, necesidad de un otro que la contenga.  

Las expectativas puestas en ellas, en muchas ocasiones las sobrepasan y las relegan solo al espacio del hogar, a la maternidad y el ser esposas. En este escenario, el verse como un ser individual, con necesidades propias por satisfacer, se aleja de las posibilidades que tiene una madre para elegir. Es por esto, que cuando ellas empiezan a sentirse agotadas por las obligaciones del día a día y buscan un espacio para descansar, la sociedad se encarga de juzgar su sentir señalando este acto como “ser mala madre”; pero, ¿será esta expresión cierta? 

Es común entre las personas romantizar la maternidad y el proceso de crianza. Se tiene la idea que tener un hijo es el mejor regalo, y aunque no se equivocan en decirlo, el error es pensar que la felicidad y el bienestar de recibirlo, nunca se acaban. Por esta razón, cuando una madre se encuentra de frente con la realidad y se da cuenta que criar viene acompañado de una gama infinita de colores, donde también hay días grises, las invade la culpa. Culpabilidad de no poder cumplir con lo que esperan los demás, el añorar tener tiempo a solas, el no saber por qué los gritos se convierten en su manera de comunicarse, el deseo por acabar rápido el día, el placer de ver sus hijos dormidos sin demandar de su tiempo. Culpa de sentirse imperfecta. 

Para muchas mujeres ser mamá se convierte en el único papel a interpretar en la obra llamada vida. Este personaje se encarga de rechazar la aparición de otros roles: hija, hermana, amiga, mujer. Cuando experimentan el deseo por atender a las necesidades de estos roles, sienten como se convierten en las villanas e inmediatamente ignoran este llamado. Por esto, el dedicar vida, alma y corazón a un solo objetivo, no siempre lleva a los resultados esperados; pues se desconocen muchas otras alternativas para pensar y actuar. En este sentido, la madre que solo se dedica a su rol materno olvida que es un ser integral, con sueños, deseos y anhelos individuales. Termina por enterrar el recuerdo de lo que era antes de la maternidad. Como consecuencia se convierte en alguien que no tiene alternativas a las cuales acudir cuando necesita recordar su propósito de vida. 

Es así como se le exige a una madre que todos los días se abandone y se entregue por completo al cuidado del otro, sin la posibilidad de guardar un poco de ese amor para sí misma. Se le pide estar siempre presente, alerta, feliz, empática, con energía; pero se le reprocha estar triste, fatigada, irritable, débil, sentirse humana. Con esto, es evidente que se ignora lo que implica que las madres no tengan oportunidad de cuidar su salud mental. Pues si ellas, que son la compañía y ejemplo para los niños, niñas y adolescentes, no reflejan estabilidad y hábitos saludables, no se podría esperar que ellos entiendan la importancia de estar y sentirse bien; mucho menos que cuenten con herramientas para cuidar de quien los cuida.

En definitiva, se hace imprescindible ser conscientes de la salud mental materna. Toda madre necesita de un espacio donde pueda expresar lo que siente sin ser juzgada o señalada por las emociones que surgen en su experiencia de vida y que son vistas como negativas o indeseables. Asimismo, deben atender a la señal que emite su cuerpo y su mente de parar, respirar y continuar. Traduciendo respirar no solo a la acción fisiológica (que también es importante realizarla conscientemente para volver a la calma) sino a acciones que saquen de la rutina, que devuelvan la vida, que motiven a continuar.

Resulta lógico pensar en madres que salen a tomarse un café en compañía de sus amigas; programan una tarde de spa; realizan algún tipo de ejercicio para mantener su salud física o se pierden por un rato en su libro o serie favorita. Madres que comienzan un camino de autoconocimiento, descubriendo y nombrando en voz alta las emociones, sensaciones y pensamientos que les produce la crianza; mujeres que recuperan los sueños en pausa y buscan espacios para trabajar por cumplirlos; madres que se dedican tiempo a sí mismas, sin sentirse culpables. Todo eso, solo obtendrá un resultado: mamás preparadas para asumir los desafíos de la crianza y educar desde el ejemplo para el cuidado propio. Además, el dar prioridad también a sus necesidades, le permite a su familia conocerla y saber cómo pueden devolverle el amor que incondicionalmente ella les brinda. 

El mensaje es claro, no solo para las madres, sino también para las familias que las acompañan: mamá necesita cuidarse y que la cuiden. Se debe dejar a un lado la idea que son seres perfectos, que pueden con todo. Ellas también se cansan y necesitan ayuda, aunque no la pidan, la requieren. Toda madre necesita que su tribu le recuerde que no está sola y que siempre habrá alguien que la respalde cuando ella debe salir a tomar aire para continuar. 

 

Laura Monsalve Giraldo

Psicóloga

 

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